domingo, 28 de abril de 2013


Para algunos, la vida es galopar
un camino empedrado de horas,
minutos y segundos.
Yo más humilde soy
y sólo quiero que la ola que surge
del último suspiro de un segundo,
me transporte mecido
hasta el siguiente. 

Las grandes historias siempre cuentan con un encabezado, el cual resuma o esgrima pequeñas líneas que más tarde serán desarrolladas a lo largo y ancho de la vivencia. 

El mío, y por ende, el de esta historia, no podía ser otro que ese. Correr, correr y correr. Viviendo un sueño, había siempre escarbado en la muchedumbre que me rodeaba. Sin embargo, nunca pude conseguir sintonía por más que apretaba el botón hasta que tú apareciste. Y sigo corriendo. Sin querer despertar, aunque sabía que si lo hacía la realidad estaba de mi lado. 

Todo fluye, nada prevalece. Todos hechos de carne y hueso, necesitados de saber el nombre de alguien, en lo qué invierte su tiempo y por dónde sale su sol. Cadenas de acontecimientos, en los que siempre he tendido a ir de cabeza buceando a ras de la naturaleza. Entrar a vivir a la sombra después de acalorados momentos, pasar del vergel al desierto, frío amanecer que antes simplemente quemaba. Un sol que me ha asfixiado en tu jardín de escuchar que tus pajarillos sólo cantan para mí. Siempre quiero vivir a mi manera, sin ninguna patria ni bandera.

En el fondo, te debo mucho de lo que soy ahora, porque definir sentimientos es difícil, atrevido. Agradecido como el primero, mi corazón no miente. De momento, la luz no se atreve a entrar si no estás tú, esa misma que me mantenía en vela a borbotones mientras dejaba de mover los pies. Ahora, me burlo de mí y no me queda más que ponerme en movimiento, dejar de revolcarme, meterme mar adentro y comenzar desde más adelante del cero. Vivo a cada hora, siempre siervo de la intensidad, volar y no pararme a comprender.

Envejecer ahora, andando un poco perdido buscando la razón que se escapó cuando algo nos dijo que no. He dejado de dar la parte de ese "dar" que me toca. Aunque ahora el cielo caiga nuestras cabezas, no hincaremos la rodilla en el suelo, nos levantaremos y, como siempre, marcaremos el destino.

Tu y yo. Sólo nos queda vivir en diferido.