sábado, 28 de mayo de 2011

Pfffff. Esa fue la única palabra que apareció en mi nublada mente aquella calurosa noche de julio. Estaba escapando de una situación despreciable incluso para  mí. El mundo entero se había puesto en contra mía, los astros me daban la espalda, y yo, solo, corría camino de ese profundo mar.

Era de madrugada, había dejado atrás, de momento, a los que me estaban jodiendo continuamente. Luna llena en el cielo. Una noche iluminada para más de uno. Para mí, "la noche". Salté el pequeño muro que separaba el paseo marítimo de la arena de la playa, cayendo con los pies decididos. Avancé lenta y patosamente entre montones irregulares de tierra que no eran más que otro obstáculo en esa tortuosa velada. Una vez noté el agua que mojaba mis zapatillas, me senté, me las quité, dejé mis pies en contacto con ella, me crucé de brazos con la cabeza entre ellos y me quede ahí parado sin saber reaccionar.

No sé cuanto tiempo estaba pasando, la noche seguía igual que hacia un rato y yo continuaba de la misma manera. Mi mente estaba siendo abordada por ideas de lo que había hecho mal, de personas a las que había dejado en la cuneta porque no habían sabido despertar nada en mí, o porque quizás nunca me abrí para ellas. De repente noté algo en mi espalda: un pintalabios. Los recogí, lo miré y tuve la sensación de que alguien llevaba ya un rato observándome y yo inmerso en mis problemas no aprecié.

Con temor a ver que me encontraba al darme la vuelta, lo hice pero nadie más había en la arena. Yo, solo, y con un pintalabios que parecía traído del fondo del mar. Así que volví a mi posición inicial, pero con un pensamiento nuevo en mi cabeza, una idea de ilusión, miedo y esperanza de saber de quién era ese pintalabios.
Me inmiscuí de nuevo en mi mente cuando esta vez nada me tocó, pero sí escuche un silbido que provenía a escasos metros míos. Me giré y una chica me gritó:

-¡¡Se te van a arrugar los pies!!-me dijo entre carcajadas.
-No lo sé, sólo llevo un rato prestando atención a tu pintalabios. -le respondí sonriente.

Ella, se acercó hacia donde yo estaba, me tendió su mano y me dijo:

-Blanca, me llamo Blanca. Anda, levanta que debes de llevar todo lleno de arena.

Obediente, me levanté agarrándome a su mano y le dije mi nombre.

Empezamos a hablar, contándonos cosas el uno del otro, pareciendo dos completos conocidos desde hace muchos años, mientras caminábamos por la orilla del mar. Pero por mucho que hablase de mí, sólo tenía una cosa en mente de el por qué de ese pintalabios. Así que disparé:

-Blanca, perdona, ¿por qué me has tirado este pintalabios?- le dije mientras lo destapaba y veía el rojo carmín iluminado por la luna.
-No conseguía verte la cara, pero suponía que debías de estar dándole vueltas a algo importante y que te estaba percutiendo en tu interior, así que te lo lancé para que ahora, cuando hablase contigo, te pudiese dibujar la mejor de las sonrisas. -me dijo ella, siempre mostrándome una cercanía innata.

La personalidad de esta chica me estaba extrayendo de los pensamientos más negativos. La miraba, y otra vez más, el reflejo de la luna afirmaba su perfecta silueta, su negro cabello y la mejor de las sonrisas.
El final de la playa estaba llegando. Un escabroso acantilado se imponía delante nuestra. Blanca, echó a correr hacia una piedra, se subió y se sentó en ella.

-Ven, corre-me gritó desde allí.

Atendiendo a su orden fui allí. Me pidió su pintalabios, se lo di y comenzó a dibujarme una gran sonrisa, de las de oreja a oreja pero ésta de verdad. Me giró y miro mi cara tan feliz como ella había querido. Pero se cruzó de brazos y por primera vez, la vi seria:

-Sí, me ha quedado muy bien, pero ahora tengo yo el problema: ¿cómo voy a dar un beso a semejantes labios?-mientras otra vez volvía a reír.

Así que yo, que ya estaba embaucado por la felicidad, por las ganas de sólo estar con ella, recuperé el pintalabios y le dibujé la misma sonrisa que ella me había hecho a mí:

-Ahora, ¿algún problema para besarme?

Al siguiente segundo, nuestros labios estaban juntos, estábamos los dos allí, besándonos, en una playa desconocida y con un desconocido de los de toda la vida, pero que en ese preciso instante era lo único que queríamos conocer.
La cogí a hombros y la bajé de la roca para tumbarnos luego en la arena para que el mar nos vaya marcando el ritmo de las horas.

Allí estuvimos los dos, juntos, durante toda la noche, abrazados, desnudos y sobre todo, olvidando cualquier mal rato pasado. Pero la mañana llegó y cuando me desperté, Blanca ya no estaba. Sólo su pintalabios y su pañuelo estaban sobre mi pecho. Me levanté rápido, mirando alrededor a ver si la veía. Nada, ni siquiera sus pisadas. Así que cogí el pañuelo, volvía a respirar de él, a recordar su perfume, a recordar el perfume de la esperanza, de los sueños y del deseo por volver a sentirlo cerca de mi piel. Y examiné más a fondo el pintalabios, y descubrí, que en la base estaba su número de teléfono. Grité satisfacción por todos los lados de esa playa, porque parecía que ella tampoco quería alejarse de mí.

Me eché el pintalabios al bolsillo, porque no quería memorizar ese número ya que quería mi mente plena sólo de los momentos que habíamos pasado, y comencé a andar otra vez hacia ninguna parte. El pfff inicial de mi oscura noche, se había transformado en un ufff, de saber que no había estado con un ángel, que todo había sido real. ¿Tendría el valor a llamarla? o, ¿el temor por qué ella no hubiese sentido lo mismo que yo he sentido me eche para atrás?. Tengo que decidirlo, mientras mis pasos ya siguen los suyos sin que yo lo sepa.

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