miércoles, 14 de diciembre de 2011

Se siente el aliento navideño en nuestra nuca un año más, impulsos inescrutables de un reloj que no para de girar. Yo, nosotros, sólo somos siervos de ese agitar de las agujas y sólo podemos aceptarlo, respetarlo y sobre todo, aprender a convivir con él, oyendo su continuo runrún en tu oído.

Mientras tanto, sentado en el minutero y con los pies colgando, mirando el gran cristal que recubre todo este amasijo me vienen a la memoria, mejor dicho, la hacen vibrar para que aparezcan en el primer plano una serie de momentos con determinados valores cada uno de ellos, algunos apreciables desde el instante que ocurren, de otros todavía escapa su importancia entre mis dedos. Resultaría un tanto egoísta enumerarlo porque muy probablemente estaría olvidando unos cuantos quizás no importantes para mí, de un significado muy fuerte para otros. Pero como hago siempre lo que quiero, lo voy a hacer. Me meto dentro de mi archivador de momentos, buscando un momento dentro de cada clasificación, clasificados entre locos, emotivos e indescriptibles. Empezamos por lo emotivo, al lío:

Los momentos que te acontecen en el día a día no tienen importancia por sí mismos, si no que la tienen por las personas que los generan. Y no son sólo concretos si no que se alargar a lo largo de un período formando una serie de altibajos. Mi momento emotivo nos sitúa en una foto, formada por 2 chicas, un chico y yo. Los 3 han sido mencionados en muchas ocasiones por estas líneas que salen de mi interior. A partir de esa foto, nuestros caminos siguen teniendo el mismo apoyo, sin embargo han ido cogiendo vías diferentes. Algunas dolorosas, otras sencillamente necesarias. Que esa foto se reduzca a tres cabezas sonriendo me entristece y todavía no me hago a la idea de verla así. De ahí que los momentos no son concretos. Con ellos, las cosas han cambiado en determinados aspectos, los holas y adioses son la mayoría de las veces de corazón y a grito pelado por no poder escuchar bien por culpa de la distancia a la que nos hablamos. Catalogado este emotivo, os pido paciencia para resintonizar.

Locuras... Menudo pedazo de idas de olla en las que me he coronado en este vaivén de caderas que parece el rugir de los meses. Aquí es difícil decantarse por una, ya que los impulsos que me han salido de dentro, por su carácter incontrolable, pasional y despreocupado queman todas las veredas por las que se animan a pasar. Amorosas, sexuales, en fin, que sería mi vida sin el gran toque de locura. Los seres humanos estamos formados a un 90% de agua, como las sandías, y mi 90% de agua está en completa efervescencia. No quiero entrar en el relicario de citaciones de putadas con las que cuento a mis espaldas. Me apetece volver a tropezar alguna vez en alguno de aquellos sexos, que los siento algo cercano, salvaje y hasta dentro. Confundir y que no me digas nada. Rozar y no saber quien suda, preguntarme cual es el jodido misterio. Ángeles caídos han pasado por este cristal demente que enloquece como un mago gracias al bocado caliente de tu lágrima corriendo por la mejilla corriendo a refugiarlo en porrones de tinta. Desatado, prometo ser más loco de lo que he sido hasta ahora, porque quiero conseguir que la palabra "locura" forme parte de documentación, mi marca de herradura que arrastre gemidos fríos, húmedos residuos que se enganchen en mi pecho.


Y ahora el momento más dífícil, es de plantearme y ofuscarme a describir lo indescriptible. Tengo una serie de ideas para resolver esta ecuación. Quiero que me digas como besas cuando estás sola y la penumbra todavía quiere abrazarte, también cuando tu equipaje pese demasiado para arrancar y no poderlo arrastrar. También cuando estés dormida y tus sueños te trasladen todavía más allá de esa frontera, saber mi como besas en la sombra que es ciega y que te quiere mirar. Me pregunto que escriben tus ojos cerrados, el destino que tienes encerrado entre tus dedos y que no lo dejas escapar. Qué siente la niebla en tus labios convertida en humo cuando quiere besar, dime lo que quieras que para nada me importa arder en tu garganta y ser el final. Proponer tu piel como mi patria, tu risa mi enfermedad, el himno que me ata a la tierra, mi desorden tus caricias, tu aire mi presencia el rincón donde se dispersan las penas. Aguardar en tu boca mi nombre y recogerlo con mi lengua. Dejar que mis manos vayan solas a rozar tu pecho con el mío y morir en el hastío que haya generado durante este tiempo atrás tu primer beso en mi boca.

Navegando impulsado por el viento en mi barco de papel buscando labios, buscando abrazos y todos los pliegues de él no ser más que tu piel, noche en la que nuestro mundo daba vueltas enloquecido, pintado de cuentos donde los dos enfrentados en una pelea de barro íbamos descendiendo. El reloj de la suerte marca la profecía llena de deseo, sangre y amor, llenando mi vida, vaciando día a día mi alma siendo el público y a la vez el único actor.

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