lunes, 20 de febrero de 2012

¿Cuánto me he pasado pisando el mismo sembrado donde sólo respiran cuervos? El suficiente para cortarles las alas, someterlos y hacerlos mis siervos, hozar vestido de negro mientras me abanican, busco el mayor de los tesoros: una caracola en la no se oye ni el mar ni el romper de las olas.

Nada para ofrecer, lo que soy es lo que se puede ver. Vino tinto que me ayuda a dejar de ser cobarde si no estoy contigo. Trampas cargadas de boletos repartidos por el ciego de tu negocio, desengalonando las medallas de mi camisa que me hicieron fracasar. Tengo cargado el pecho de mustios lamparones empeñado en insultar a la luna, llamándola puta porque nos revienta matándolas callando. Sin embargo, el instinto de hormiga que tengo me hace siempre levantar mucho más de lo que podría. Destino que moja mis labios a lengüetazos burlándose desde la distancia de jamás ser manejado lanzándonos sus colillas obligándonos a ponernos de rodillas para ir royendo una a una sus astillas. Mismas astillas que una vez desprendidas conformarán mi corazón de madera, duro como una piedra hasta que se filtran lágrimas que lo ablanda haciendo que ese inamovible yeso se desace dejando todo en nada. Una y otra vez, continuo reciclaje.

Trapicheo con la bruma de los bares, me arrimo a quien sea en tenebrosos rincones esperando a que me tiren un cazo de agua desde los balcones. No sé nada de sangre y pintura, sin acumular nada entre la piel y las uñas, porque no he encontrado redil al que bajarle la luna. Quiero mi vida, porque no quiero de esas que sólo acumulan tristezas en los cajones de la miseria.

Me gustan los ojos marrones porque ni entiendo de matices ni de colores, descontrastado por guerras donde me hincho a pisar mierda por donde arraso con aires de grandeza hasta que me capan las sirenas que esta noche al fin me vienen a buscar. Niebla fruto de la polvareda de mi caminar, de darme rienda suelta sin que nadie jamás me haga arrastrar, en ella reside un silencio oscuro, donde las arrugas del día a día quedan disimuladas por la saliva del dejaros pasar. Una veces sois tanto y tantísimas veces sois nada. De mi cosecha del yermo inicial han brotado unos sentimientos de garrafón, que hacen de vestir de luto a la verdad y a la esencia que llevo por dentro. Sin embargo, soy experto es olvidar y olvidar para dejar sitio en mi cabeza a recordar. Además del maíz nacido a calor, rascando como la piel del melocotón, preparo cachapas para el naufragar fuera de sus cielos nublados poniendo sobre alguien que desconozco cada mañana el sol.

La caracola se ha convertido en farolas de callejuelas cargadas de un litro de gotas de cerrar todas las puertas menos una, atrancada por una nota en clave de sol afinada por mi garganta rota.

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