sábado, 4 de febrero de 2012

¿Qué hay más gratificante que jugar a ser escritor y contar un cuento a alguien cuando está a punto de dormirse?

Me gustaría escribir un cuento donde no tienes nada que te ate ningún cuerpo, todo hecho de piedras y barro y que toda sea libre y volar sin parar. Sin embargo, en la casa llena de leyes en la que vivimos tienes que tener pareja y una bonita historia detrás para contarles a tus amigos cuando pregunten como os habéis conocido, ella obviamente, querrá que le bailes el agua, poniendo todo con buenos visillos. Un remanso estereotipado.

Luego tendrás que tener una hija a la que tratarla como la gran princesa que su mamá querrá que sea, creando un pequeño monstruo con apenas unos años de existencia. Sin embargo, yo no quiero historias de enciclopedia, pesadillas llenas de musgo que escapan entre mis dedos. Quiero vivencias a mi manera, momentos que no se esperan, que aparecen y que sigilosamente brotan y rebrotan sin dejar de retumbar.

La historia de oraciones que rumiará estos renglones, es una vivencia de palabras impuras, donde se desborda la locura por las acequias entre vuelo y vuelo.

A mí, me gustaría llegar una tarde a un parque lleno de vida, a reventar de niños correteando, sentarme en un banco y que una chiquilla se me acercase y me preguntase mi nombre, decirle como me llamo, y justo en ese instante que aparezca su niñera, sí, niñera, siempre ha sido una fijación erótica que he tenido (si me permitís el apunte) e ir conociéndola al trote del entrar el alpiste en nuestros comederos, vaciarlo sin que me pida nada más.

Sólo oír sus palabras al ritmo de ir al parque con mi saquete de pipas, sin preocupaciones de que salga o por donde lo haga el sol, preguntarle cada día si está enamorada, si le gusta bucear por lo prohibido, si prefiere tener un hijo o una hija y el nombre que les pondría. Informaciones recabadas que no se fuesen a parar esperando por ver si salía la luna, sin despedirnos ningún día. Todo ello hasta que llegue el cual nos cogeremos la mano por detrás del banco, nos acercaremos para que el frío no pueda pasar entre los dos y nos quedaremos observando como la pequeña corretea y se tira por el tobogán.

Adalid de entrar bien dentro, cogería a la dulce niñera y la llevaría a mi isla, que funcionaría a modo de corcho, flotando sobre el océano sin trabas que la atasen al fondo del mar. Un islote desierto en el que comenzaríamos uno en cada punta y a modo de batalla de supervivencia nos encontraríamos como dos desconocidos de la misma manera a la que estábamos acostumbrados. Escribir cada día la mejor historia, porque la miga de cada día tener que engatusar a alguien, soltando a nuestro corazón para que se busque la vida mientras lobos esperan fuera, tiene papeletas de ser el best-seller mágico haciendo que llueva entre rayos de sol.

Investigar los recobecos subterráneos de las marismas rememorando el recuerdo de pasar ese verano juntos de la mano, mañana en casa, toda la noche fuera.......

Ayy, la pequeña se ha dormido, en fin, tendré que echarle el queso a los ratones en otro momento. O mejor, ¿para qué dejar ésto aquí escrito pudiendo irme al banco en realidad y conocer a la niñera? Tal vez porque ya haya sucedido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario