lunes, 28 de febrero de 2011

Roar, Roar. Tu rostro camuflado por febrero no me deja ver más allá de los soplos de cierzo que me empujan a encallar rozando golosa mis poemas manchados por lagrimas pasadas.

Pienso en aquel tiempo en que el simple hecho de ver tu foto en cualquier marco desgastado me hacia soñar. Ahora hasta el viento sopla lento haciendo que mi veleta ande a la deriva desfilando por un pasillo de papel de imperfecta composición. Ya no vivo debajo de tus pies, he dejado de ser el eco que refleja tus sonrisas para convertirme en despojo que te arde dentro.

Carnaval de sentimientos donde todo es lo que no es y nada es lo que parece, espejismo destartalados en casetas de madera donde al cantar puedo olvidar todo lo malo que me sucede ahogando mis penas en cáscaras de miel. Plantarme en la mesa de caricias robadas y escribir unos versos que me hagan evadirme de los malos momento, pasando del defecto al efecto, del rencor al deseo, vivir y sentir que no estoy muerto.

Derramar la tinta de tus entrañas con la que redactaré todos mis secretos escondido en el fondo del mar, huyendo de una sirena de la cual ya hace tiempo que olvide el mapa de su melena. Anclado ahí veo que aparece una nueva moradora de las profundidades para hacerme volver a flote llenando de algodón mis abrazos y sobre todo mi corazón. Hoy ya no se pudren los sueños, puedo mirar al sol directamente sin que nubes rencorosas me lo impidan.

Nuestras sombras se han convertido en una, dejando una larga estela, un largo reflejo que no es más que por fin, nuestra felicidad.

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